8-ACLIMATARSE O ACLIMORIRSE

     El ritmo que seguíamos en la oficina de la inmobiliaria era supersónico, y no tardé mucho en darme cuenta de que llevarlo todo al día era una bonita ilusión, pero como tantas otras, imposible de alcanzar.

 Al principio  me sentía mal y echaba horas como una tonta, pero llegó un momento en el que me mentalicé de que si el mundo no se caía porque los demás compañeros tuviesen su trabajo almacenado, tampoco se iba a caer si yo tenía el mío ligeramente atrasado, es más, empecé a sentirme ridícula al pretender ser la única que lo tuviese todo en perfecto estado de revista, y cuando decidí trabajar a buen ritmo, pero hacer sólo lo que era humanamente posible dentro de mi horario, fue cuando mejor me sentí.
               No tardé mucho en conocer a todos los compañeros, al salir del trabajo nos íbamos a tomar unas cañas (bueno, yo, unos mostos) y con eso y unos cuantos chistes se relajaba el ambiente y nos despedíamos del estrés hasta el día siguiente.
              Incluso las idas y venidas hasta la oficina cambiaron de color, y nunca mejor dicho.

Marta y yo empezamos a ir en coche todas las mañanas, como dos señoras, y todo porque Nelson, el “boy”, el morenazo de Marta, había alquilado un deportivo de infarto, y disponía de todo el día libre porque su horario era más bien nocturno, claro, por lo que empleaba su tiempo en hacer de taxista para Marta y por lo tanto, yo me apuntaba, que para eso éramos vecinos todos ¿no? Y digo todos, porque Nelson se había afincado definitivamente en casa de Marta, y eso tenía muchas ventajas porque además de habernos permitido abandonar los agobios mañaneros del transporte público, seguía permitiéndonos pasar muchas tardes juntas, y es que el chico, aunque estuviera como un queso, necesitaba dormir, que para eso se pasaba las noches en vela.




   
Yo me le imaginaba venga a desnudarse todo el rato, al ritmo de Joe Cocker, como Kim Basinger en “Nueve semanas y media”  y eso, quieras que no, tiene que ser muy cansado. Terminé por acostumbrarme a él. A fuerza de subir a casa de Marta por cualquier cosa y encontrármele por allí en unos diminutos calzoncillos sin el menor reparo (hay que pensar que era su ropa de trabajo, como si te encuentras a un albañil con el mono puesto, no tiene nada de particular), se me fue haciendo de lo más normal su presencia, porque además, era de trato muy agradable, simpático, muy amable y sin ningún tipo de inhibición para hablar del tema que fuese.
               Muchas veces estábamos Marta y yo charlando de nuestras cosas, tomando un cafetito y un cola-cao sentadas en el sofá de su casa tan tranquilas y aparecía él por allí, con su tanga  negro y su sonrisa blanca.
                 Al principio yo me quedaba toda cortada, no sabía dónde meterme, porque evidentemente, no era tan desinhibida como él y me parecía que no había que confundir la gimnasia con la magnesia ni los modernismos con la cortesía, pero no tuve más remedio que habituarme a su forma de ser, y, del corte que me llevé el primer día que le vi aparecer medio desnudo a la reacción que tenía después, había un abismo.
                  -¡Hombre, Mandela!- le dije un día- ¡Qué raro verte hoy con pantalones!
                  Y es que tampoco una es tonta, hay que ir aprendiendo, al fin y al cabo, a mí me daba lo mismo, si a Marta le gustaba, y estaba claro que le gustaba, allá ella.
              Lo que no sé es cómo Nelson no terminaba agotado, porque el chico se traía trabajo para casa, vamos, quiero decir que él y Marta no paraban, o por lo menos, eso era lo que ella me contaba.
              -¡Ay Purita! ¡Qué hombre! ¡Qué energías!
              “¡Caramba con Kunta Kinte!” pensaba yo, era incansable. Claro que no es lo mismo quitarse ropa que subirse a un andamio a poner ladrillos, pero bueno, todas las actividades ocasionan un desgaste, de eso no hay duda.
              El día que nos juntamos todas las de la oficina y fuimos a ver el show donde Nelson actuaba, pude comprobar que, efectivamente, hoy le llaman trabajo a cualquier cosa.
              Otra de mis rarezas que se une a las de no beber, no fumar y en fin... no...nada de nada, es que nunca había ido a un espectáculo de ese tipo que hasta hace unos años había estado reservado para los señores, lo cual me parecía un acto más de machismo,  y me pareció fenomenal que las cosas fuesen cambiando y nosotras también pudiésemos ir a  esos sitios y chillar “¡Chulazo!” y todas esas cosas que se dicen, que no te solucionan nada y haces el memo a base de bien, pero que tienes que decirlas porque si te quedas callada como hice yo, encima hace hasta feo.
                -Pero Purita ¿no te gusta?- me decía Marta muy orgullosa mientras Nelson se contoneaba en la pista con unos movimientos que hacían ponerse a cien a la marabunta de jovencitas, y no tan jovencitas, enfervorizadas que había en aquella sala.
                 -Mujer- le decía yo para que no se preocupase- es que estoy tan acostumbrada a verle en gayumbos que ya no me hace ilusión.
                 Y era verdad, porque es como cuando vas al cine a ver una película que ya has visto varias veces, no es lo mismo, no te gusta tanto. Claro que salieron también otros boys, uno de vaquero, muy aparente, con látigo, espuelas y no sé cuántas cosas más, total para quedarse como los otros, en pelota picada, con una toalla colocada delante del “sotobosque”, que hacía subir y bajar con la única ayuda de su instrumento de trabajo.
               Otro salió vestido de época (no sé de cuál exactamente, pero vamos, de hace mucho), también muy aparatado, digo yo que para tener más cosas que quitarse, porque terminar terminó igual que los demás, aunque este se ve que tenía más estudios, porque hasta interpretó al piano unas notas de “Para Elisa”, eso sí, sin manos, sólo con …la batuta, vamos a decir. No sé lo que hubiese pensado Beethoven si en aquel momento hubiese visto el espectáculo, se le hubiese quedado la cara más o menos como a mí, pero bueno, estaba claro que tanto el bueno de Ludwig van como yo, teníamos que modernizarnos.
                Mis compañeras chillaban alucinadas, algunas les metían billetes en el tanga, aunque yo pensé que hubiera sido mejor haberles metido monedas de dos euros, que era algo más barato y además, el tanga hubiera caído por su propio peso, porque no todos enseñaban el …”material” al completo.
               -¿Pero este no se quita más?- preguntaba yo cada vez que se retiraba uno para dejar paso al siguiente.
              -Mujer, no seas impaciente-me dijo Marta, muy entendida en el tema- no pueden quitárselo todo, así de golpe, tienen que darle un poco de emoción, y además, se van turnando, unos días hacen el integral unos y otros días otros.
               -Sí, eso está bien- dije- no vaya a darnos una sobredosis de ración de vista.
              -Son unos fieras, fíjate cómo nos provocan- dijo Encarna, que estaba de lo más alterada- y además, con ese baile, con la música y con ese movimiento...están caldeando el ambiente de una manera...
                Yo creo que lograban caldear algo más que el ambiente, a juzgar por la temperatura que iba cogiendo no sólo el local, sino las ocupantes del mismo.
                A mí no me hizo ni fu, ni fa, la verdad, me sentía un poco ridícula allí, esperando que nos hicieran el favor de desnudarse, y encima, a Nelson esa noche no debía de tocarle, porque todo, todo, no se lo quitó. Bueno, es otra experiencia más, por lo menos ya puedo decir que he ido a un strip-tees masculino, ya ves tú qué chorrada.     
          Al día siguiente, ya más tranquilas, le pregunté a Marta si no le importaba que todas aquellas mujeres que había en el espectáculo estuviesen allí mirando a Nelson, si no le provocaba ciertos celos.
                -Para nada- me contestó- él tiene su trabajo y yo el mío.
                -¡Oye, no compares! Porque lo de “oficial administrativo”no tiene nada que ver con andarse despelotando por ahí, delante de un montón de gente.
                - No es por comparar, es que es así, aquello es sólo su trabajo, nada más, es un actor, finge que le gusta para calentar a las señoras, pero cuando todo se termina, se viene conmigo.
               -¿Seguro que se viene directamente contigo? Porque anoche nos hemos venido tú y yo solas para casa...
               -Bueno- me contestó dudando un poco- a veces no, a veces no tiene más remedio que irse a la cama con alguna, pero es por pura obligación.
               -¡Pobre! –le dije con sorna- ¡Qué abnegado!
                -Purita, no te burles.
Pero yo no me burlaba, lo que me parecía mentira era que una mujer pudiese tomarse así de razonablemente que su novio fuese un “prostituto”, ni gigoló ni porras, se puede utilizar el eufemismo que quieras pero es un “prostituto” en toda regla, que a las mujeres que se van con hombres por dinero, no las llaman con eufemismos ¿verdad?
               -¿De verdad crees que te quiere?-le pregunté por incordiar un poco más.
               -¿Y quién habla de quererse? Lo importante es que lo pasamos bien juntos y nada más, el día que no funcionemos, se deja, y en paz.
               -¡Ah! Ya, claro, claro...se deja y en paz.
                Y yo que pensaba que me estaba volviendo de lo más moderna...
                 Comprendí que me faltaba mucho para llegar al grado de “modernez” que ostentaban ellos, en realidad, llegué a dudar de que un día lograse ver las cosas con unos ojos tan tolerantes como los suyos.
                 Estaba claro que tendría que dejar de leer tantas novelas de amor y lujo, porque mi concepto de las cosas era mucho más tradicional. No digo que todo tuviera que ser “hasta que la muerte os separe”, eso ya no se lleva, pero lo de repartir a tu pareja con todo el mundo, tampoco es muy normal. De todas formas, mi lema era no meterme en la vida de nadie, respetar la forma que cada uno tiene de estar a gusto, y si esa era la de ellos, a mí me parecía muy bien. Lo que me hubiese gustado es que los demás hubiesen hecho lo mismo conmigo, o sea, dejarme vivir tranquila sin empeñarse en cambiarme. ¿Fácil, verdad?  ¡Pues no se me arrregló!




No hay comentarios: