15- DEVÓRAME OTRA VEZ

                   Las opiniones que Mario suscitaba entre los compañeros eran de lo más variadas según cómo les hubiese ido con él.
  -Es un tío fenomenal-decía Maria José, que había quedado para ese día con él.
  -Es un imbécil- decía Chelo, que sólo había salido con él dos días y la había dejado a ella para salir con Maria José.

-Es un gilipollas – opinaba Juanjo, que no le tragaba y que había pasado semanas tratando de convencer a Chelo para que saliese con él, y a la que Mario había convencido en dos segundos.
  Yo me hacía la loca y no me pronunciaba sobre él, porque lo que a mí me inspiraba Mario, era muy distinto de lo que ellas comentaban, y ni podía decirlo abiertamente, ni era tan buena actriz como para limitarme a  soltar la típica chorradita de lo bueno que estaba. Pero claro, como todos me veían como la estrecha y anticuada Puri, les resultaba normal que no me hubiese fijado en él, vamos, es que ni se les pasaba por la cabeza que yo tuviese ojos y mucho menos, corazón.

  Lo que más me preocupaba era saber qué había de cierto en lo que iban contando, porque para una era un caballero porque no había intentado nada, aunque luego le ponía verde cuando le veía con otra, mientras que no faltaba quién daba pelos y señales de una noche de auténtica pasión desenfrenada a su lado.
  El, desde luego, no soltaba prenda, decía que le gustaba tener muchos amigos y nada más, siempre sonriente y bromista, era una persona que fácilmente se hacía el centro de cualquier reunión en un momento por su conversación amable y su galantería con las mujeres.
  Lo malo fue cuando empezó a correr el insistente rumor de que Ana, una chica a la que yo casi ni conocía  porque trabajaba en la planta de arriba, con la que teníamos poco contacto, había empezado a salir con él de forma habitual.     Me pareció preocupante, porque aunque me dolía saber que andaba tonteando por ahí, era distinto si ya pasaba a algo serio delante de mis narices mientras yo me quedaba tan tranquila viendo cómo me le arrebataban sin que hubiese tenido ni siquiera una oportunidad.



-No te lo creas demasiado- me dijo Marta- ya sabes que la gente saca la lengua a pasear por menos de nada, a lo mejor les han visto tres veces juntos y ya dicen que son pareja.
  -¿Pareja? Pero si cada día está con una- dije yo que no me reconocía a mí misma ofendiéndome por el hecho de que un hombre con el que no tenía absolutamente nada, tuviese pareja oficial.
  -¿Y por qué no, Puri? Yo no sé nada, ya te digo que son todo rumores, pero cuando un “vivalavirgen” como tu Mario empieza a ir varias veces con la misma, mucho tiene que haberle gustado para abandonar la vida de crápula que llevaba.
  -Pues también se oye decir que con varias no intentó nada de nada...
  -No serían su tipo. Yo, en el fondo, le veo un poco cortado, es como tímido ¿no te parece?
  El concepto que yo tenía de timidez era bastante diferente del comportamiento de Mario, la verdad, pero hasta del mismo Don Juan Tenorio se habían contado historias que explicaban su comportamiento de muy distintas maneras.
  Mira que si todo lo hacía para esconder una homosexualidad, mira que si todo mi esfuerzo por convertirme en una chica moderna era totalmente inútil porque por más que dejase de tener fama de estrecha él sólo me vería como una compañera pues su verdadera pasión eran los hombres...
  No podía ser, era imposible que aquél figurín fuese homosexual, no por nada, que yo no tengo nada en contra de los homosexuales, era simplemente que de esa manera, ya no me quedaba ni tan siquiera la remota posibilidad que yo seguía albergando en mi corazón de que algún día Mario se fijase en mí.
  Estaba harta de hacer conjeturas que no llevaban a ningún sitio, había que aclarar las cosas ya, más que nada, porque mi pobre cabeza estaba a punto de ebullición entre tantas suposiciones.
  A él le iba la marcha, y Marta insistía en que a “ese tipo de hombre”  le gustaban las mujeres experimentadas ¿no? Pues  allí estaba yo para convertirme en la más experta del mundo aunque para ello tuviese que ir a la escuela de Artes y Oficios si hacía falta.
  Aquél día, cuando montamos en el coche de Nelson, le dije muy dispuesta y tan roja como la grana:
  -Bueno, “Mandela”, ¿cuándo pasamos tú y yo ese ratito tan chévere del que me hablabas?
  Se miraron Marta y él, luego me miraron a mí, mientras yo no reconocía mi propia voz hablando de aquella manera. Pero ¡caramba! “Ahora o nunca” pensé.
  Y sigo sin saber qué hubiese sido mejor.
   Decir que en el físico de las personas no es importante, es como cuando en el deporte dicen que lo importante es participar, o sea, un consuelo para el que pierde, pero en el fondo, una mentira como una casa.
  El físico es muy importante, y una cosa es que a las que no tenemos un tipazo eso nos jorobe, y otra que lo neguemos. Además del físico, también cuenta el “químico”, quiero decir que un carácter alegre, sociable y gracioso, también es una buena baza. Ahora bien, si, como en mi caso, no se tiene ni lo uno, ni lo otro, la cosa se pone seria.

  Yo soy tímida, no puedo evitarlo, y mira que me gustaría ser más abierta y relacionarme mejor con todo el mundo, pero es que no lo consigo, no hay forma, cada vez que intento decir una frase graciosa me parece que todo el mundo se me queda mirando y me sube un calor hasta las orejas que me parece que voy a subir al cielo como un cohete. 
  Pero eso sí, cuando tomo una decisión, la tomo con todas las consecuencias, y cuando decidí que definitivamente, tenía que recurrir a Nelson para salir del apuro, sabía que había que hacerle frente y llegar hasta el final.
  Bien mirado, Nelson estaba fenomenal, y además, lo que otras tenían que conformarse con ver en el escenario, yo lo iba a tener para mí sola y sin tenerle que poner ningún billete en el tanga.
  No había que exagerar, no se trataba de casarme con él, era simplemente romper el hielo, bueno, exagerando un poco, que una cosa es ser virgen y otra tenerlo como el mármol de Carrara.
Era como quitar el miedo, como cuando vas a aprender a conducir, que al principio te da pánico y luego ¡hala! la carretera  es tuya.
  -Ya verás qué hombre Puri- me decía Marta como si tuviese que venderme la moto- menuda suerte tienes...estrenarte así.
  -Pareces su madre-le dije.
  -Si es que tengo razón- seguía muy orgullosa- ya quisiera yo haber empezado con uno como él.
  -¿Y tú cómo empezaste?
  -Con quince años, en el asiento trasero de un coche y sin enterarme de nada, una pena.
  Yo confiaba en que haber esperado unos cuantos años más que ella, me sirviese al menos para tener una recompensa, tal vez a mí me pasase como al buen vino, que con el tiempo mejora. Ahora sé que el parecido entre un Rioja y yo, es pura coincidencia.
  No obstante, me mentalicé para comportarme como una mujer hecha y derecha y hacer un buen papel.
  Dejé que Nelson escogiera el día que le pareciera bien, hay que pensar que si el chico venía agotado del trabajo, a lo mejor me iba a estrenar con un gatillazo y no me convenía llevarme un chasco. Pero él era un hombre seguro de sí mismo, confiaba plenamente en sus posibilidades y aquella misma noche se me presentó en casa con un buzo amarillo (con un buzo amarillo de ropa, se entiende, no con un submarinista chino), de lo más sensual, y con una botella de cava bajo el brazo.
 Como yo sólo bebo cava en Nochevieja porque la verdad es que no me gusta nada, mi primer impulso fue preparar las doce uvas, yo qué sé, sería una asociación de ideas, o los nervios que juegan estas pasadas, pero me contuve, porque recordé que lo que íbamos a festejar no tenía nada que ver con el final de año, sino con el final de una etapa de mi vida, y para eso no hacían falta uvas, si no huevos...huevos fritos, quiero decir, para reponer fuerzas después, imaginaba yo.
  Le hice pasar como si viniese a ver la tele, con naturalidad, quitándole importancia al asunto. Yo llevaba puesto una especie de pijama de gatos y perros, muy gracioso, pero nada erótico, lo reconozco, sin embargo, me decidí por él después de ducharme siete veces, probarme todo lo que tenía en el armario y no gustarme con nada. La única concesión que me hice fue cambiar mis habituales bragas de cuello alto, ideales para el invierno, por unas un poco más pequeñas pero la mar de incómodas que me había regalado Marta para el evento, y  que no llegaban ni a ser un tanga, era como una especie de tirachinas que estaba deseando quitarme.
  -¿Te preparo algo para picar?- le dije muy ingenua.
  -¡Ya lo creo! Ahora vas tú a ver lo que voy a picar.
  Intuí que no quería un canapé, al menos de los comestibles, así que me escurrí de la cocina y fui al baño.
  -Una ducha y estoy contigo- le dije cerrando la puerta.

  Estaba segura de que iba a desgastarme de tanto entrar y salir de la ducha, pero es que había sudado tanto que no podía hacer otra cosa.
  Pensé entonces que si el baño hubiese tenido ventana, me hubiese escabullido por ella, aunque estuviésemos en un segundo piso, y nunca jamás hubieran vuelto a saber de mí. Otra opción era quedarme encerrada allí y no salir hasta que Nelson se quedase dormido de aburrimiento o se fuera para su casa harto de esperar, pero el tío no hacía nada más que llamar a la puerta con aquel tono meloso y dulzón reclamando mi presencia.
  Como última alternativa estaba cortarme las venas, pero manchaba tanto que por no tener que limpiarlo luego, casi no merecía la pena.
  -¿Quieres que nos duchemos juntitos, mi amor?- preguntaba desde el otro lado de la puerta mientras yo mantenía el grifo abierto para que pareciese que no había acabado, y la verdad es que nunca había empleado tanto tiempo en ducharme.
  Desde el baño le oí poner música y empezó a cantar con un ánimo que parecía imposible que viniese de trabajar, sobre todo, en lo que él trabajaba.
  “Devórame otra vez”- chapurreaba- “ven, devórame otra vez, y castígame con tus deseos...” Vamos, que tenía un arte de dormirse como ayer que ya pasó.
  “Ven, devórame otra vez” insistía, y me imaginé que si abría la puerta me le encontraría allí, en plan caníbal, con un hueso en la cabeza y una olla enorme y humeante como en los tebeos, para devorarme él a mí.
  -Purita ¿estás bien? -preguntó muy atento.
  ¡Pobre hombre! Debió de pensar que me había colado por el desagüe de la bañera, pero no tuve esa suerte, al contrario, lo que estaba era completamente asada en aquel baño tan pequeño, y sin una ventana que poder abrir para que saliera el vapor del agua caliente que ya me estaba ahogando.
  No tuve más remedio que salir, pero eso sí, vestida, bien vestida, con el albornoz por encima del pijama, y porque no tenía a mano un par de abrigos y una bufanda, que si no, también me los hubiese puesto, de tan nerviosa como estaba.
  No sé cómo explicar la escena. Antes de abrir la puerta me dije: “Vamos, Puri, que no se diga”, y me dispuse a salir resignada a lo que fuera. Creí que él estaría en la sala, pero cuando asomé por allí con más miedo que vergüenza, no vi a nadie.
  Lo primero que pensé es que se había marchado cansado de esperar, pero no duró mucho aquella ilusión, porque enseguida le oí llamarme desde el dormitorio.
  -¡Purita! ¿Cuándo vienes?
  “¡Nunca!” me dieron ganas de decirle, pero decidí terminar con aquel tema que ya me estaba superando.
   Fui a la habitación, y me hubiera gustado entonces tener una de esas casas en las que hay un pasillo larguísimo para tardar más tiempo en llegar, pero mi casa no tiene pasillo ni largo ni corto, de la sala se pasa directamente al cuarto, sin más recovecos, y…fue entonces cuando le vi.
  Estaba de espaldas a la puerta, estudiando atentamente una pintura abstracta que tengo sobre mi cama. Desnudo, con los brazos en jarras como dando a entender que no veía nada en aquel cuadro, (como para ver algo, si lo había hecho yo misma).
  Le miré sin decir nada, realmente era un cuerpo sin el más mínimo defecto, y tan moreno…bueno, tan negro, para ser exactos, que lucía más todavía.

  Tenía un trasero masculino y bien formado, tanto que, momentáneamente,
 sentí   un pinchazo de envidia  de aquella perfección, sin ápice de celulitis. ¡Y pensar que aquel pimpollo era todo para mí solita, al menos por un rato!
  Entonces, se dio la vuelta, y ahí lo fastidiamos todo.
  En ese preciso instante pude dar fe de que es cierto que los negros lo tienen todo además de más negro, más grande.
  No es que yo entendiese mucho de blancos tampoco, pero una, en su modestia, algo sabía, y aunque  sólo fuese por las películas, ya me salió a mí de ojo que sobraban tres tallas por lo menos, para hacer juego conmigo.
  “¡Me taladra!” pensé, y debí de abrir tanto los ojos que a él le dio la risa, y aunque yo quería mirar hacia otro lado, no podía aparatar la mirada de allí. A pesar de tener toda la carrocería en perfecto estado, a mí me habían impactado los bajos.
  -¿Qué pasó, mi amor? Ven aquí- dijo enseñando su dentadura propia de un anuncio de Licor del Polo.
  -Mejor será que te vistas.
  Y al tiempo que se lo dije salí hacia la sala para darle la espalda mientras pudiese, pero él se empeñaba en ponerse frente a mí, caminando por la casa tan campante, con aquel movimiento pendular siguiendo el ritmo de sus pasos, mientras yo temía que se lo pisase y se cayese allí mismo.
  -¿Pero qué pasó? No entiendo nada…
  -Que te vistas- insistí- no me encuentro muy bien, se me ha debido de cortar la digestión en la ducha.
  Y no le mentí, porque realmente, me encontraba fatal, aunque más que la digestión, se me había cortado la respiración, y no con la ducha, precisamente.
  Pero él no se inmutó, al contrario, se sentó en el sofá, tan campante, dispuesto a esperar lo que hiciese falta.
  Yo pensé que aquella naturalidad para estar allí tan fresco, y nunca mejor dicho, hablando conmigo, como si tal cosa, debía de ser deformación profesional.
  -De veras, Nelson, vístete, no me siento nada bien.
  -Tranquila, no hay prisa, puedo esperar.
  “Te vas a hacer viejo”, dije para mis adentros, pero no sabía cómo convencerle de que desde luego, allí no había nada por lo que esperar porque la fiesta se había terminado, sin empezar, pero se había terminado.
  -¿Estás asustada? Es normal, ven aquí, yo sé cómo tratarte.
  -Y yo sé cómo tratarte a ti, te digo que te vistas y te marches, por favor…
  -Vale, mi amor, no te pongas brava, ya está bueno.
  Supongo que se percató de que hablaba totalmente en serio, porque por fin, volvió al cuarto y se enfundó de nuevo en su buzo amarillo.
  -Llévate el cava- le dije sin atreverme todavía a mirarle a la cara.
  -Déjalo aquí, tal vez mañana…
  Me dieron ganas de decirle que ni mañana ni nunca, pero procuré ser más amable, al fin y al cabo, la culpa no era suya si la naturaleza había sido tan magnánima con él y yo era una cobarde.
   -Me parece que no, Nelson, de veras, llévate el cava porque aquí no hay nada por lo que brindar.
  -Está bien, nena, no pasa nada.
  Antes de cerrar la puerta se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. ¡Pobre chico!, después de todo era un buen tipo, pero no por eso iba yo a enternecerme, el miedo es libre y a mi aquella noche se me había desatado por completo.
  Cuando se fue, me sentí tranquila por fin, y a la vez tan estúpida que me fui a la habitación y empecé a llorar como una mema. Ya tenía yo ganas de tumbarme así a llorar sobre la cama, como en las películas, y nunca lo había hecho por no deshacerla, pero aquella noche era ideal para permitirme al menos el lujazo de tirarme en la cama y patalear de rabia.
  No habían pasado ni cinco minutos cuando llamaron a la puerta.
 -¡Abre, Puri! Soy yo.
  Era Marta, claro.
  -¿Pero qué pasó? ¿Cómo has podido…?
  -Di mejor ¿cómo no he podido?
  -No lo entiendo, hija, con lo mentalizada que estabas…
  -La culpa es tuya- le dije- por no avisar.
  -¿Mía?- preguntó muy extrañada- ¿Encima la culpa es mía? ¿Y de qué te tenía yo que avisar?

  - A mí no me digas que ese chico es normal, porque mira Marta, hablando claro, una cosa es darme un empujoncito para ayudarme a iniciar en la vida sexual, y otra muy distinta abrirme un boquete.
  Marta no pudo menos que echarse a reír ante mi afirmación, hecha además en el tono más ofendido del mundo, y aunque yo no le veía la gracia por ningún sitio, terminé contagiándome de aquella risa tonta que le había entrado.
  Así fue como terminó aquella noche, de manera totalmente distinta a como la había imaginado, pero al fin y al cabo, convencida de que yo tenía razón: “Más vale lo malo conocido…”, que el instinto de supervivencia es inevitable, caramba.


                              

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