12- ¡PERO QUÉ PILLADA ESTOY!



 Me sentía sola, esa es la verdad. Marta estaba a partir un piñón con su Nelson, y de las otras compañeras, la que más y la que menos, todas tenían algo entre manos (en el mejor sentido de la palabra, bueno, o en el peor, según se mire), con lo cual, yo era como esas piezas de un puzle que no encajan en ningún sitio y van quedando ahí, a un lado, a ver si al final logras ponerlas en alguna parte...
 Nunca me había obsesionado tanto como entonces con la idea de no haberme “estrenado” todavía (sexualmente hablando, se entiende), está claro que todo depende de las personas y el ambiente en el que se esté.
  Cuanto más baja está la edad de inicio de las relaciones sexuales, más alejada me veía yo de ella y aunque el instinto de supervivencia me decía que no pasaba nada, que también la esperanza de vida había aumentado, con lo cual, tenía más tiempo por delante para actualizar “mis bajos”, sinceramente, no era capaz de imaginarme con ochenta años y llevando una vida de orgía y desenfreno para recuperar el tiempo perdido.
 
   

Tenía que hacer algo. Lo que estaba sintiendo por Mario no lo había sentido nunca, era algo diferente, más fuerte, más intenso, algo que me hubiese gustado controlar, dosificar de alguna manera, pero que se había desatado, que no me obedecía y que notaba crecer por momentos de forma inevitable.   

 -Tienes que solucionar “ese problema” tuyo-me decía Marta.
  Quería cambiar, llamar su atención, lograr que se fijase en mí, que se percatase de mi existencia y de mis sentimientos a ver si así se despertaban los suyos.
 Y me sentía como si llevase un letrero dibujado en la frente que dijese “soy virgen”, y todo el mundo por la calle se diera cuenta de ello y me mirasen con piedad y comentasen entre ellos.”Mira, esa chica, la pobre, todavía es virgen”.


 Por supuesto que nadie me miraba, ni caso que me hacían, pero era como una especie de pesadilla que se iba haciendo fija en mi mente, mientras escuchaba a Marta como si me hablase desde muy lejos a pesar de tenerla a mi lado.
   Tenía la impresión de que hasta en la oficina me trataban de un modo diferente desde que yo había confesado aquel nefasto día, y no me extrañaría, porque si quieres que algo se sepa, no hay mejor cosa que contarlo a las compañeras de trabajo para que a los cinco minutos se haya enterado media ciudad. Llegué a creer que si la voz se había extendido, ningún compañero querría tener nada que ver conmigo, tal vez, incluso Mario lo supiese ya y por eso no me miraba siquiera.
    -De eso nada- me dijo María José- nosotras no hemos dicho ni media palabra, no creo que ninguna tengamos tan mala leche como para ir por ahí, contando las desgracias de las demás. Pero ¿sabes lo que te digo? Que ojalá todas las desgracias tuviesen el remedio tan fácil que tiene la tuya.
  Yo ya no podía más, sólo quería ser una chica normal. En realidad, no comprendí que dejé de ser normal en el momento que empecé a complicarme la vida tanto.
  -¡Qué bobada!- me decía un día Chelo al verme tan “depre”, si te sientes mal es porque quieres, porque tu cabeza y tu cuerpo no van al mismo ritmo. La una, quiere ser abierta y moderna, y el otro sigue siendo tradicional y reprimido, y eso te va a llevar a un conflicto interno que tienes que arreglar.
   Dicho así, con palabras tan técnicas, me parecía mucho más grave todavía de lo que era, a ver si al final me iban a tener que ingresar o algo así, ya me veía yo en urgencias explicándole al médico que mi problema era la virginidad, y a él contestándome que el remedio no está cubierto por la seguridad social.
   -Estás hecha un asco, Purita, así no esperes tú que al "Cantinflas" ese le vayas a gustar lo más mínimo-me decía Marta mirándome de arriba abajo como si me estuviese haciendo una radiografía con los ojos.
  -Tú siempre tan animosa, la verdad es que no creo que te contratasen para el teléfono de la esperanza, maja.
  -Soy realista, veo las cosas y te las digo, no estás ni medianamente aceptable, tanto querer mejorar la imagen a lo bruto, te la has cargado por completo.
  -Bueno, ya se me pasará…
  -Pues sí, cuando estés bajo tierra adelgazarás, eso es verdad.
  Marta siempre me reconfortaba mucho, con dos palabras me dejaba seca, era tan directa, que a su lado era imposible seguir huyendo de los problemas.
  -Reconócelo, ese chico te gusta y no te hace ni caso.
  -Me gusta lo sutil que eres diciendo las cosas...
  -Pero si es verdad, está muy claro que te gusta ¿no?
  -Clarísimo-respondí rápidamente.
  -Y está muy claro que  el tío no se entera ¿verdad?
  -Claro y diáfano- le dije sin dudar ni un momento.
  -¿Quieres un consejo? Cambia de imagen.
   No me dio tiempo de contestar, bueno, en realidad era una pregunta de esas que se hacen para no ser contestadas. El caso es que a mí el consejo me sentó como una patada en la barriga porque cambiar de imagen era lo que había intentado hacer sin el más mínimo éxito, y que encima Marta insistiese en ello, cuando yo ya había tirado la toalla, me sentaba fatal.
  Picapiedra.
  El discursito de Marta debía de haberle costado lo suyo, porque ella no era muy dada a la oratoria, pero lo que más me llamó la atención fue con qué tonillo dijo lo de “formal”, ya ves, una cosa que antes era tan apreciada y ahora sonaba casi como un insulto, y ese debía de ser mi problema, ser formal, tener fama de buenecita, de seria, o lo que es lo mismo, de reprimida.  Estaba claro que para “comerse un rosco” había que abrirse de mente (bueno, a lo mejor, de más cosas)  vivir la vida y dejarse de chorradas.         
  Si era necesario, me transformaría, y Mata-Hari a mi lado, sería toda una santa.
  Se me ocurrió decírselo a Marta, así, como quien piensa en alto, y casi tengo que llamar a Urgencias para que la reanimen del ataque de risa que le dio.
  -¿Tú? No lo creo, Purita, no es fácil que cambies tu fama de estrecha en dos días…
   ¿Estrecha? ¿Había dicho “estrecha”? Ese era el concepto que tenían de mí, ese era el repelente que hacía que los compañeros me huyeran, como si yo fuese la señorita Rotenmeyer en versión remasterizada.
  La situación precisaba tomar medidas en el acto, estaba claro, tenía que convertirme en la menos estrecha de todas, vamos, tendría que ser más ancha que larga si quería que el cambio se apreciase.
   -¡Ay, Puri! Por favor…no digas bobadas. ¿De qué quieres presumir?
  La verdad es que cuando Chelo me había dicho que tenía un conflicto interno, no se había equivocado mucho, porque ante mis nuevos planes y a pesar de la irrevocable decisión que aparentaba haber tomado, sólo de pensarlo se me subían los colores hasta las orejas por mucho que yo quisiera dármelas de otra cosa.
  -¡Venga ya!- seguía animándome Marta- Tú no eres capaz, no te engañes. Estás mentalizada de que no hay que estrenarse hasta que no te lleven al altar, y vas a piñón fijo, esas ideas no te las sacan del coco ni con electro-shock.
   Me molestó muchísimo la seguridad con la que hablaba, porque confirmaba la imagen de santurrona que, por lo visto, todos tenían de mí. Seguro que a mi paso se daban codazos unos a otros y murmuraban “mírala, esa es de las que se casan”, como si estuviese infectada o algo así, y claro, los moscardones que a otras les perseguían, a mí ni se me acercaban.
  En aquel momento me sentí como una planta carnívora, dispuesta a atrapar a cualquier moscón que se me arrimase aunque sólo fuese un poquito, era como si me hubiese creado yo sola una psicosis, como si se fuesen a terminar los hombres en la Tierra y me quedase únicamente aquella oportunidad. Tenía que ser entonces o nunca, había que recuperar el tiempo perdido, como cuando te acuestas una noche muy tarde y te gustaría dormir más deprisa para que por la mañana no estés muerta de sueño. Sólo me faltó salir a la calle y correr detrás de cualquier cosa con pantalones, menos mal que siempre queda un resquicio de cordura que nos obliga a no perder del todo los papeles.
  Incluso Marta, que tanto mundo tenía  y tan acostumbrada estaba a todo, se extrañó de mi actitud.
  -No te conozco, chica. ¿Pero dónde está la Puri que presumía de no necesitar a ningún hombre a su lado? ¿Dónde se han ido todos aquellos sermones de moralidad que me dabas a mí no hace tanto?
  -No sé dónde estará todo eso, sólo sé que estoy harta de sentirme diferente y quiero dejar de serlo. ¿Me vas a ayudar o no?
  -Sí, mujer sí, te ayudaré a corromperte lo que haga falta, pero luego no me eches las culpas…
  A esas alturas, ya me daba igual corromperme o no, era tal la influencia que las opiniones de los demás habían empezado a tener sobre mí, eran tales las ganas que tenía de dejar de parecer una buena chica, y ser “normal”, o lo que todo el mundo consideraba “normal”, que estaba dispuesta a serlo al precio que fuese.
    No, yo tampoco me reconocía, pero eso era justo lo que quería, cambiar, ser otra y, efectivamente, no reconocerme.
  -Hay que ir por orden, no hay que atropellarse.- dijo Marta como si estuviésemos planeando dar el golpe del siglo.
   Y la dejé hacer, porque no estaba yo para pensar, lo único que quería era que me orientase hacia dónde encaminar mis pasos para convertirme en una  auténtica “comehombres” y punto.
  -Lo primero- dijo- es pensar cómo lo vamos a hacer, tiene que ser de una forma discreta, pero sin fallos, algo que no se note, pero de lo que todo el mundo se entere, que parezca como que no, pero que sea rotundamente sí. No sé si me explico…
   A mí me parecía como si me fuesen a aplicar el garrote vil o la guillotina, era como si tuviese los días contados, pero estaba preparada para el sacrificio, y a poder ser, lo de la discreción que lo eliminase, llevaba toda mi vida  siendo discreta y no me había dado muy buen resultado.
   -Tranquila mujer, a ver si ahora te vas a pasar, es mejor ir con cautela, después ya se irá corriendo la voz y los demás se darán cuenta de tu cambio, si es que conseguimos algo, que, permíteme que lo dude…
   Yo no dudaba nada, estaba ansiosa, creo que si aquella misma noche me hubiesen puesto delante al séptimo de caballería, me los hubiese llevado de calle a todos (excluyendo los caballos, claro) con tal de coger experiencia. Pero era como si se hubiesen cambiado las tornas, justo cuando yo quería pisar el acelerador de mi vida, Marta me recomendaba calma y si algo estaba claro, era que tenía que dejarme asesorar por ella, porque bien o mal, desde luego, tenía más tablas que yo.
  -Necesitamos un hombre-dijo muy seria, muy en su papel- alguien que haga el trabajo.
  Sólo le faltó decir “alguien que haga el trabajo sucio”, como si fuese un sacrificio, algo aberrante acostarse conmigo.
  -Hija, dicho así…-le dije.
  -Ni dicho así ni nada, las cosas claras, y por mucho que nosotras preparemos el terreno, para dejar de ser vírgenes necesitamos un hombre, no hay más que hablar.
   Lo de “dejar de ser vírgenes”, lo decía por solidarizarse conmigo, porque su virginidad estaba cubierta de polvo (y nunca mejor dicho…).
  A mi modo de ver, estaba empezando por el final, y eso que era ella la que quería ir con calma, pero como yo estaba en sus manos, y los planes no me disgustaban, la dejé seguir, además, se la veía tan segura de lo que decía, que despejaba todas mis dudas.
   -A ver, Puri, dime alguno que te guste.
  -Mario- dije sin pensármelo dos veces.
  -No te enteras, es que no te enteras de nada. Lo que estamos tratando es que cuando llegues a él ya no seas novata, que tengas una experiencia y él lo sepa de sobra para que seas del tipo de mujer que le gusta.
  -¡Ah! ¿Y quién dice que a él le gustan de “esas”?
  -Yo, lo digo yo y basta, además, con estas cosas no me equivoco nunca, porque “esas” les gustan a todos los hombres, digan lo que digan. Te aseguro que Mario elige a las que sabe que tienen experiencia. ¿No le has visto? Se ha arrimado a Mª José, a Chelo…si hasta ha intentado coquetear conmigo. Ese tiene más solera que una bodega de Rioja. Además, si le gustasen las serias y las tradicionales, ya estaría contigo ¿no?
 Mirándolo así de fríamente, parecía bastante claro que si quería algo con él, tenía que pasar por el aro, o sea, que yo ya estaba deseando de poner manos a la obra o manos a donde fuese.
  -De momento, Mario queda descartado para el principio, él será ¿cómo decirlo? El postre, eso, él será para después, cuando ya sepas dominar bien el tema, que no se note tu inexperiencia, que el sexo sea para ti ya algo habitual.
 -Bueno, no hace falta tanto…a ver si luego se va a pensar que soy una fulana.
 -Esas, Puri, justamente esas son las que les gustan a todos, por eso, porque tienen experiencia, porque el mundo de lo sexual no tiene secretos para ellas, bueno, ni para mí tampoco, no creas.
  Yo ya me veía apoyada en una farola y dándole vueltas a un bolso con medio mundo rendido a mis encantos.
  -Resumiendo- dijo- que pienses en otro porque de Mario ni hablar.
 Hablaba de poner o quitar hombres como cuando se está planeando una merienda en el campo y una pone la bebida y otra la tortilla, una cosa así.
  -Pues no sé, así, al pronto…no se me ocurre a nadie.
  La situación no era fácil, ponerte a pensar en esos temas y buscar a un sicario del sexo para que realice la acción y desaparezca sin dejar pistas, es fastidiado, no creas.
  -Tiene que ser alguien con experiencia, claro, que se mueva con soltura y desenfado en ese terreno- seguía pensando Marta con la mirada perdida vete tú a saber dónde.
 -Bueno-puntualicé- con mucho desenfado tampoco, lo suficiente nada más.
 De repente dio un salto en el sofá, como si se hubiera sentado encima de un montón de alfileres, y empezó a dar voces con una cara de felicidad incompatible con lo de los alfileres.
 -¡Ya está, Puri! ¡Lo tengo! ¡Ya está! ¿Pero cómo no se me había ocurrido antes? ¡Qué tontas hemos sido!
 No sé cómo no se le había ocurrido antes, ni cómo habíamos sido tan tontas, pero a partir de aquel momento aprendí que cuando a Marta se le ocurría una de sus ideas maravillosas, era mejor ponerse a salvo.






                           

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